Estoy seguro de que alguna vez en tu vida te has comido una tarta seca, dura, sin gracia, de esas que hay que beber un poco de café con leche para tragarlas (si te pasa cuando las cocinas tú, aquí tienes la solución). La persona que inventó la tarta tres leches probablemente tuvo una experiencia traumática de ese tipo, se plantó, y decidió que nunca más pasaría por algo parecido: cogió un bizcocho esponja, lo empapó con un litro de leche, y adelante. Se acabaron las tartas secas.
Bueno, no es un litro de leche como tal: es un poco de leche evaporada, un poco de leche condensada, y un poco de nata para montar. De ahí el nombre, descriptivo cuanto menos, de este postre muy popular en México, Nicaragua y otros países de Latinoamérica. Es una tarta simple, de sabor tradicional avainillado, lácteo y con un toque de canela. Pero su sencillez es lo que la hace perfecta, porque es súper fácil de preparar y nunca te va a quedar seca, que es lo que más miedo suele dar a los principiantes en este mundillo.
La cobertura superior suele ser un merengue, pero habiendo hecho las dos versiones, a mi me parece que le queda mejor nata montada (por si acaso había poca leche): es más ligera y menos empalagosa. Además, si le añades una cucharada de queso crema o de mascarpone a la nata al montarla, se estabiliza y aguanta en la nevera sin problemas unos cuantos días, mientras que el merengue se deshace con más facilidad.
El tiempo de reposo en la nevera, por cierto, es fundamental: cuando empapes el bizcocho con las leches, estas se absorberán bastante rápido, en cinco minutos habrán desaparecido. Pero no te dejes engañar: durante esas horas el líquido se distribuirá por todo el bizcocho, si la sacas antes de tiempo el centro de la tarta estará seco, mientras que las partes exteriores estarán demasiado húmedas.
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